A los 28 años Alejandro Valverde asume con tranquilidad el ‘estatus’ de favorito. En su cuarta participación en el Tour, el flamante campeón de España está dispuesto a sacrificar su condición de ‘ciclista eléctrico’ que colma sus desmedidas ansias de victoria en cualquier etapa: “El objetivo es el Tour y hay que concentrarse única y exclusivamente en eso”, asegura.
Palabra de Valverde. Después de haberse entrenado por las rutas bretonas durante casi tres horas. En el exterior del hotel donde se aloja Caisse d’Epargne, Chente García, el incombustible navarro que ya ha participado doce veces en la ronda francesa, prueba un cambio eléctrico mientras se esbozan teorías entorno a Valverde como hipotético primer líder de la carrera. Una victoria al final de una cuesta de casi dos kilómetros en Plumelec reforzaría el interés por una carrera lastrada con la ausencia del último ganador, Alberto Contador: “De eso nada. El primer maillot amarillo no es una obsesión para mi. En esa primera etapa puede haber mucho peligro y no estoy dispuesto a arriesgarme”, explica un Valverde distinto, curtido, apaciguado.
A su lado ya no está José Miguel Echavarri, el pozo de sabiduría del equipo que templaba nervios y marcaba la pauta. Valverde habla por si sólo, con una personalidad diferenciadora: “Estoy más animado que nunca”. No son palabras en vano. Tienen un motivo.Las yemas de los dedos de Luis Manuel Fructuoso, el ‘fisio’ de toda la vida que pone a punto sus piernas, apoyan la tesis de una ilusión: “Nunca le había visto tan bien. Físicamente se encuentra en el mejor momento”. No habla de peso, ni de porcentajes de grasa, ni de músculos. Se guía por las sensaciones. Jesús Hoyos, médico especializado en fisiología del deporte, preparador del corredor, está más que satisfecho por el trabajo que ha podido hacer tanto con él y con el resto del equipo. Todos con la excepción de Chente han realizado una preparación en altura. Valverde se ha comportado en esta ocasión con una minuciosidad extrema. Antes del Dauphiné Libéré se marchó a Sierra Nevada, a 2.300 metros de altitud. Allí permaneció durante catorce días. Aprovechó para realizar entrenamientos de calidad. Paralelamente, Cadel Evans, se pertrechó a 2.700 m. en el colosal Stelvio italiano con todo su equipo, durante diez días. Ambos sacaron partido de la altitud. Valverde decidió probarse con sus adversarios y los resultados no pudieron ser más prometedores. En el Dauphinè se impuso a Evans y Leipheimer “sin hacer exhibiciones de ningún tipo”, explica Hoyos. Su pedaleo era más fácil incluso que cuando ganó la Lieja-Bastogne-Lieja. Y a continuación aparecieron las dudas. ¿Podrá aguantar durante tantas semanas su forma física? El médico respondía ayer a esta cuestión vital: “El Dauphiné lo ganó sin estar al cien por cien. Todavía tenía que seguir creciendo”. Valverde regresó de nuevo a Sierra Nevada y allí permaneció una semana más. Una indisposición gástrica le obligó a acortar su estancia en las nubes. El Campeonato de España confirmó su progresión.
Por primera vez vez llega al Tour con 29 días de competición en sus piernas, 17 menos que el año pasado, 24 menos que en el 2006: “Tengo más ilusión esta vez. Las cosas han salido como quería”, explicaba Valverde en vísperas de la rueda de prensa oficial.
En su entorno están convencidos de que esta vez han acertado. Consideran que baches físicos como el de Plateau de Beille o el de la contrarreloj individual del año pasado que le hizo perder todas sus aspiraciones de terminar en el podio no volverán a repetirse durante las próximas semanas. Hoyos lleva ya 19 años estudiando y velando por el mejor rendimiento de los ciclistas.
Miran de reojo a Menchov, el ruso que con suma tranquilidad ha corrido el Giro sin otra aspiración que acumular kilómetros. Tampoco pierden de vista a Evans, que además es un buen contrarrelojista y que ayer se entretuvo probando su nueva máquina. Ni a Damiano Cunego, que también ha ido al ‘tran tran’ hasta el Tour. Ni a Sastre, ni al sorprendente Kim Kirchen, ni a Devolder, ni a los hermanos Schleck. Pero ellos confían en Valverde.
Palabra de Valverde. Después de haberse entrenado por las rutas bretonas durante casi tres horas. En el exterior del hotel donde se aloja Caisse d’Epargne, Chente García, el incombustible navarro que ya ha participado doce veces en la ronda francesa, prueba un cambio eléctrico mientras se esbozan teorías entorno a Valverde como hipotético primer líder de la carrera. Una victoria al final de una cuesta de casi dos kilómetros en Plumelec reforzaría el interés por una carrera lastrada con la ausencia del último ganador, Alberto Contador: “De eso nada. El primer maillot amarillo no es una obsesión para mi. En esa primera etapa puede haber mucho peligro y no estoy dispuesto a arriesgarme”, explica un Valverde distinto, curtido, apaciguado.
A su lado ya no está José Miguel Echavarri, el pozo de sabiduría del equipo que templaba nervios y marcaba la pauta. Valverde habla por si sólo, con una personalidad diferenciadora: “Estoy más animado que nunca”. No son palabras en vano. Tienen un motivo.Las yemas de los dedos de Luis Manuel Fructuoso, el ‘fisio’ de toda la vida que pone a punto sus piernas, apoyan la tesis de una ilusión: “Nunca le había visto tan bien. Físicamente se encuentra en el mejor momento”. No habla de peso, ni de porcentajes de grasa, ni de músculos. Se guía por las sensaciones. Jesús Hoyos, médico especializado en fisiología del deporte, preparador del corredor, está más que satisfecho por el trabajo que ha podido hacer tanto con él y con el resto del equipo. Todos con la excepción de Chente han realizado una preparación en altura. Valverde se ha comportado en esta ocasión con una minuciosidad extrema. Antes del Dauphiné Libéré se marchó a Sierra Nevada, a 2.300 metros de altitud. Allí permaneció durante catorce días. Aprovechó para realizar entrenamientos de calidad. Paralelamente, Cadel Evans, se pertrechó a 2.700 m. en el colosal Stelvio italiano con todo su equipo, durante diez días. Ambos sacaron partido de la altitud. Valverde decidió probarse con sus adversarios y los resultados no pudieron ser más prometedores. En el Dauphinè se impuso a Evans y Leipheimer “sin hacer exhibiciones de ningún tipo”, explica Hoyos. Su pedaleo era más fácil incluso que cuando ganó la Lieja-Bastogne-Lieja. Y a continuación aparecieron las dudas. ¿Podrá aguantar durante tantas semanas su forma física? El médico respondía ayer a esta cuestión vital: “El Dauphiné lo ganó sin estar al cien por cien. Todavía tenía que seguir creciendo”. Valverde regresó de nuevo a Sierra Nevada y allí permaneció una semana más. Una indisposición gástrica le obligó a acortar su estancia en las nubes. El Campeonato de España confirmó su progresión.
Por primera vez vez llega al Tour con 29 días de competición en sus piernas, 17 menos que el año pasado, 24 menos que en el 2006: “Tengo más ilusión esta vez. Las cosas han salido como quería”, explicaba Valverde en vísperas de la rueda de prensa oficial.
En su entorno están convencidos de que esta vez han acertado. Consideran que baches físicos como el de Plateau de Beille o el de la contrarreloj individual del año pasado que le hizo perder todas sus aspiraciones de terminar en el podio no volverán a repetirse durante las próximas semanas. Hoyos lleva ya 19 años estudiando y velando por el mejor rendimiento de los ciclistas.
Miran de reojo a Menchov, el ruso que con suma tranquilidad ha corrido el Giro sin otra aspiración que acumular kilómetros. Tampoco pierden de vista a Evans, que además es un buen contrarrelojista y que ayer se entretuvo probando su nueva máquina. Ni a Damiano Cunego, que también ha ido al ‘tran tran’ hasta el Tour. Ni a Sastre, ni al sorprendente Kim Kirchen, ni a Devolder, ni a los hermanos Schleck. Pero ellos confían en Valverde.
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