Y venció Valverde y de esa manera se vistió ayer de amarillo en Plumelec. Sus condiciones infinitas se adaptaban al final porque sus condiciones se adaptan a cualquier final feliz. Sin embargo, no se esperaba a un favorito. Desde que se pusieron de moda conceptos como el desgaste, la reserva de fuerzas y la necesidad de acumular amigos (el catenaccio ciclista), los candidatos se cuidan de dosificar sus demostraciones de fuerza con una obstinación casi supersticiosa.
Por eso resulta reconfortante ver como un candidato se destapa desde el primer instante y se muestra al mundo: soy yo, si buscaban un favorito aquí lo tienen, si querían un enemigo aquí lo encuentran, dorsal 31, desde hoy de amarillo. Sin cálculos, sin prudencias y sin miedo.
Como debió ser siempre, por otro lado. Porque desde que Valverde irrumpió en el ciclismo profesional, tan exuberante, han querido hacer de él lo único que no era: comedido. Es un defecto recurrente. Encuentran un campeón y quieren convertirlo en Indurain, programarlo, enfriarlo, crionizarlo. Y es imposible. Valverde, por fin lo entienden, es un ciclista desbordante, cuyo límite no se alarga con el ahorro. Podría ganar cinco etapas y explotar después o podría explotar sin haberlas ganado. O pudiera ocurrir que la confianza y las victorias le dieran el empujón que necesita en la tercera semana. De palo a palo, en cualquier caso. Imaginen cuánto disfrute cabe en esa idea.
Etapa impresionante para comenzar
La etapa, por lo demás, fue excelente. El Tour ha comprendido que necesita renovarse y que no proceden las semanas de siesta y rumor de helicóptero. Así que preparó una etapa de diseño, algo similar a un parque de atracciones. Suficientemente dura como para que algunos creyeran en el milagro de una escapada, pero no lo bastante como para evitar el encuentro de lo más florido del pelotón en el último desfiladero. Una jornada apta para valientes y estrellas.
De la Fuente y Jegou cayeron a falta de siete kilómetros. Antes fueron atrapados, entre otros, Rubén Pérez y José Luis Arrieta. Si el equipo de Valverde acortó la distancia con los fugados, el Columbia californiano se encargó de marcar un ritmo frenético cuando sólo quedaban motos por delante. Preparaba el asalto del luxemburgués Kirchen (séptimo en el pasado Tour). Su ataque en la última rampa fue durísimo y le dejó con una ventaja que parecía definitiva. Parecía. Por detrás, Valverde exprimió a Evans hasta que voló en solitario. Entonces fue un águila entre palomas. Rebasó a Kirchen y le quedó tiempo para gritar libertad, porque corre sin riendas, o con eso queremos soñar.
Entre los 15 primeros, la aristocracia del Tour: Kirchen, Riccó, Evans, Frank Schleck, Freire, Pereiro, Sastre... Valverde es líder y luce radiante. Esto no ha hecho más que empezar, dirán los prudentes. Que empezar bien, añado yo.
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